Primero fue el nombre. No sé sabe cómo ni mucho menos por qué se
le congeló el nombre, aunque sí se sabe que fue el nombre lo primero que se le
congeló. Más tarde le llegó el turno al
paladar, y eso sí se sabe que fue de tanto repetir un nombre, el suyo, que como
ya sabemos padecía en sus propias carnes los rigores de la vida bajo cero.
Finalmente el párroco del pueblo confirmo que fue el alma entera del
parroquiano la que se quedó tiesa y fría como un cubito. De noche soñaba, como
no podía ser de otra forma, con un paraíso de hidrógeno líquido y con un
silencio que extendería su dominio por todo el orbe. Su frialdad en el análisis
de las pasiones humanas se hizo proverbial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario