Si bien sus formas hacían pensar en el amor y en numerosos pecados
la mayoría de ellos originales, ocurría que su mirada recordaba inexorablemente
a la muerte, y en esto ya no había originalidad ninguna. Su vida transcurrió
compartimentada en minuciosas subdivisiones siempre idénticas, todas ellas
eternas, y todo su afán consistía, más o menos como Sherezade, en salvar su
pellejo una noche detrás de otra. Murió un veintiuno de septiembre, en plena
coincidencia equinoccial del sol con el ecuador del cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario