viernes, 6 de mayo de 2016

RONQUIDOS


Aquellos ronquidos, que en sus momentos de mayor dulzura parecían capaces de aterrorizar hasta las mismas piedras, traían a su memoria viejas canciones de Tom Waits. Pero a él no le importaba. Lo suyo era desyerbar buenos argumentos entre penumbras y matojos hasta que, tierno ya como un manojo de barro primigenio, terminaba la siesta deambulando perdido en medio de aguaceros de saliva. Fue allí donde capte en su rostro pequeñas alegrías que enseguida se fueron agrandando. Y fue allí también donde me dijo que sabía volar, y yo le creí.

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