Prolija matemática la de sus ojos que, como relojes de sol, van marcando su riguroso tiempo a golpe de olvidos y silencios. Apenas si me descuido un instante, y me veo atrapado en el secretismo de sus brazos constructores hasta que, feliz, agonizo acurrucado en su vientre fecundo. Me refugio tras el espejismo y la inevitable esquina de sal, en espera de que los irascibles gusanos nos impongan su ley.
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