Aquél hombre caído se reconoció incapaz de cumplir, basándose en su mero esfuerzo, la Ley que era promesa de vida y de redención. Necesitaba de la gracia, de la gracia de la fe, y la gracia no le fue concedida. Aquél hombre, que respondía al nombre de Pelagio, se reveló, y fue otro caso de auténtica mala suerte.
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