Orgulloso en su soledad, se esforzaba por aprender las reglas del amor, pero procurando que el juego no afectase lo más mínimo a su maltrecho corazón. Aprendía, en fin, a nadar y guardar la ropa, y a esquivar todo lo que de riesgo tiene este juego. Cuando no lo lograba, simplemente huía y llamaba en su ayuda al vino que a su vez llama a la pereza, y ayuda a olvidar.
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