A contraviento (él diría también que a contratiempo) el descubrimiento de la verdad, lejos de hacerle libre, le dejó hecho polvo. Se veía venir. Góticamente atascado, el deseo de ser lo que no se es, le condujo a emborronar almanaques y a zambullirse sin freno en el cotidiano fraude de lo innecesario. Vivía uniformemente acelerado en medio de un laberinto de miradas y de un absurdo ir y venir de banderas invisibles. La sinfonía de su dolor era como el mundo: lo abarcaba todo.
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