Necesitada de luz, como siempre, pero desacostumbradamente tranquila, la polilla volaba en derredor de un sol nocturno con apariencia de soledad. Su instinto nocturno regía el mundo, estaba cansada, y no estaba dispuesta a aceptar la opinión de otro tonto más con el estómago repleto de cortezas de cerdo. Intuía la muerte y, en un rictus diabólico, decidió fundar y vivir en su propio error.
No hay comentarios:
Publicar un comentario