Con un alma como la suya, construida a base de cenizas y
desalientos, no es de extrañar que la cara se le iluminara como un farol cada
vez que veía sonreír a aquel muchacho; cuantimás si notaba cómo, al socaire de
las risas, un fecundo limo de esperanza se iba depositando en los desangelados
recovecos de sus entrañas.
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