Al principio los síntomas avanzaban en manada y se apelotonaban
amontonándose unos encima de los otros. Pero él no se amilanó. Con deliberada
lentitud, para que no hubiera errores, fue ordenando categorías y causas,
atacando cabos, descubriendo conexiones, hasta que después de un trabajo
minucioso y de un tiempo que le pareció eterno, pudo vislumbrar a lo lejos una
especie de conclusión que, situada en el proscenio de sus entendederas, vino a
confirmar el peor de los diagnósticos: la amaba con desesperación animal.
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