En su conciencia o, para ubicarlo con mayor exactitud, en su mala
conciencia, residía una fuerza ora mustia y enfermiza, ora activa y despierta,
que le llevaba a escuchar con atención cualquier referencia al reino de los
cielos. El origen de todo se localizaba en ese afán tan suyo por matar todo
tipo de gorriones, palomas y otras aves que, por error del pájaro o por acierto
suyo, caían en sus garras de niño travieso. Esta afición tan truculenta no sólo
le alejaba de cualquier posibilidad de salvación y de vida celestial, sino que comenzaba
a presentir los preparativos de una venganza por parte de los seres voladores que
resultaría terrible. Pero todo eso y más ocurría en su mala conciencia. En la
parte buena las cosas acontecían de modo muy distinto.
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