De
paso callado y húmedo, consumía sus esfuerzos en el trajín de desplazarse por
descampados y pedregales que parecían no ir a ningún lado. De tanto en tanto se
disfrazaba de viñedo, o de olmo viejo y cansino, sólo para esconder huesos y
dolencias a la vera de algún camino y dejarlos reposar. La brisa esperaba a su
lado, junto al cielo vacío y al morral donde guardaba el muérdago, no fuera el
caso que le faltaran las fuerzas y hubiera que empujarle de nuevo a andar, ni
que decir tiene que a ningún lado.
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