Para su cumpleaños pidió una ventana. No
una mirilla, no, una ventana, y una nueva a poder ser porque con ella quería
ver un mundo nuevo. Su suerte no debía ser de las peores porque se la
regalaron, pero -y hete aquí el maldito
pero de siempre- el cristal no debía ser de muy buena calidad habida cuenta de
que aparecían constantemente fragmentos del viejo mundo: hombres que buscaban
el origen de su llanto en lejanos lugares, un loco que intentó envolver el
silencio con abrazos, los delicados pulsos de unos amantes que, uno contra
otro, sonaban al mismo compás, y un grupo de niños fieros y diminutos que
mantenían alejados a los demonios con engaños y travesuras. Nada nuevo bajo el
Sol.
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