domingo, 9 de agosto de 2015

EL MUCHACHO


Los oídos de la abuela auscultaban el gemido estrangulado de su respirar, sin que percibiera novedad alguna: ríos de lodo viajaban por sus pulmones enfermos, y el cielo pesaba como plomo sobre su pecho diminuto. El muchacho, aun a pesar del zumbido de voces que reinaba a su alrededor, terminó durmiéndose con la dulzura propia del almíbar. Esta noche, sin estrellas y apenas sin luz, unos ojos de lumbre velarían por él.

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