Una
flojera tonta surgió de no se sabe dónde, y no sabe tampoco ni cómo ni por qué
el caso es que poco a poco se fue adueñando de él. Intentó rescatarse en
numerosas ocasiones, pero lo cierto es que fracasó en todas ellas y nunca
volvió a ser el mismo. Un mal día, encaramado como estaba en la tibia y morosa
cumbre de la más alta abulia, se inmoló frente al espejo humeante de una
culebra que resultó ser, al parecer, menos holgazana que él.
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