Su miedo era tan puro, sus lamentos tan amargos y desinteresados,
que si de normal tenía un aspecto cetrino y algo fatigado, minutos después de
la noticia su semblante adoptó forma de guiñapo garrapiñado, si es tal cosa
pudiera existir en la imaginación del lector. El caso es que, sintiéndose como
se sentía cuna de la ignorancia universal, la confidencia a propósito de la
próxima extinción de una especie animal, una especie que por coincidencias de
la vida venía a coincidir con la suya, le produjo un sobrecogimiento y un
estupor fuera de lo común. Un gin-tonic se hacía inevitable.
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