martes, 9 de marzo de 2010

DESCANSAR EN LA SILLA DE TUS OJOS

Reconocí al día nada más verle. Era mi día. La amarga almendra del miedo se deshizo en mi boca sin que la luz de sus palabras pudiera poner orden entre tanta tristeza destilada. Los desmembramientos de errores quedaron suspendidos por la ondulación caligráfica de una voz intrusa. Una voz que no era tu voz. Cuando me miraba en el espejo repleto de ventisqueros, las nubes iban perdiendo su cabeza una tras otra al tiempo que yo perdía la mía, dicen que por sobredosis de melancolía. Tales inclemencias degeneraron en tormentosas pesadillas que a su vez dieron pie a negruras de pecados incapaces de huir del testimonio insomne de un destino ciego. Y vuelta a empezar. Reconocí al día nada más verle. Era mi día. Y he de confesar que a pesar de ser capaz de reconocer tan señalada fecha, me fue imposible descansar en la silla de tus ojos y tomar posesión de los mares que contienen.

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