lunes, 22 de marzo de 2010

LA DISCUSIÓN

Sin otro testimonio de existencia que el temblor confuso de sus ojos, pareciera como si mis días estuvieran contados y ya no hiciera pie. Sumergido en ese barullo de enredos y marañas, caigo desde lo más bajo que se puede caer a lo más bajo que se pueda uno imaginar. Digamos que caigo muy bajo, y mientras caigo, para que no digan que pierdo el tiempo, me afano en traducir el atronador sonido de sus relámpagos a un código reconocible, que son sollozos a modo de himnos que deliran a espaldas del sol y furia desatada de un tiempo pretérito y ennegrecido. Agotado, abro y cierro mi corazón en sucesivos aleteos hasta dejarlo convertirlo en una amalgama de brasas que se disuelven en el amanecer. Se acabó la discusión.

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