lunes, 15 de marzo de 2010

EL CUENTO DE NUNCA ACABAR

Nunca ningún insomnio de sábanas llegó tan lejos. Las horas ortopédicas con tufo a vida embalsamada fueron conformando la urdimbre de sus días mientras recogía con paciencia y algo de deleite los cascotes de carne y los restos de semen congelado, todo ello sin otro fin conocido que el de someterlos al dictado de aquel que no tuvo otra palabra que el silencio. Perdido el bien, es decir, perdido el silencio, al hablador se le vio huir a lomos de aquel cirro traicionero que ahora se le antojaba inalcanzable. Lo que quedaba del caballero invencible después del dictado del silencio se entretuvo en castigar a inocentes alimañas que, como la sabandija, fueron asaeteadas con agujas y astillas de inmaculada pureza gramatical. De sus entrañas de aserrín supuraron laberintos de nobleza que terminaron ocultos dentro de otros laberintos que a su vez resultaron ser pequeños afluentes de otros laberintos de mayor calado, todo ello en un eyacular laberíntico que parecía el cuento de nunca acabar. Lo dicho: nunca ningún insomnio de sábanas llegó tan lejos.

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