viernes, 5 de marzo de 2010

LA AMANTE DE MODIGLIANI

Alguien puso sus cartas sobre el mantel de aquella mesa salpicado aquí y allá con manchas de vino, alguien que por la longitud de su cuello y su aspecto general debía haber sido una de las amantes de Modigliani. Ya con sus cartas sobre la mesa, el estómago vacío y la cabeza llena de sueños, ese mismo alguien dijo no buscar otra cosa que sentimientos y asombros a partes iguales, y dijo también que se encontraba extraviada en medio de oscuros caminos que conducían a perreras, aeropuertos, bares y catedrales. Resultaba irresistible. Como si se tratara de un muerto en su ataúd, los hombres se sentían atraídos por esta mujer. Lamentablemente para los machos, ella no tenía otra ocupación conocido que habitar pequeñas porciones de cielos en los que se entretenía buscando el alma de las nubes y no tenía tiempo para historias ni zarandajas. De humor sombrío, solía destilar penas largas y dolorosas propias de quien gusta utilizar sombreros imposibles, y solía decir también que convenía estar atentos al canto de los pájaros que buscan refugio en el bosque. Moraleja resulta evidente: a nadie le gusta que le piquen los zancudos ni que las heladas estropeen la albahaca.

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