Intentaba concentrarse en la lectura de su Hamlet mientras que al otro lado del pasillo, en el salón, resonaban los diálogos de un viejo culebrón mejicano. Y en estas estaba cuando se dio cuenta que el tiempo, el tiempo del día y el tiempo de la noche, se le escapa de entre las manos, y que la melancolía, la inapetencia, el insomnio, la debilidad, el delirio y el desvarío, por este orden, eran peldaños que no conducían al deber si no a la locura.
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