Parecía imposible bautizar esos ojazos con un mal nombre, y sin embargo ocurrió. A Eustaquio siempre le gustó el modo en el que algunas historias se descontrolan, como la que aquél hombre que salió de casa a comprar un paquete de cigarrillos y, contra todo pronóstico, volvió. El caso es que ni Eustaquio ni el señor de la historia descontrolada llegaron a fumar nunca. Tampoco soportaban el olor a repollo, pero eso ya es otra historia.
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