Con su instinto de grafito era capaz de penetrar en el sueño de la gente trasladándoles todo el misterio, el peligro y la belleza que necesitasen para sentirse vivos. Pero un mal día, no se sabe cómo, llevó las cosas al límite, y de un modo cuidadoso y completo se desarmó ante el mundo. Despojado del nombre, dejó de nombrarse. Más tarde dejó de preguntarse por las cosas que le traspasaban, y no mucho después se olvidó de sí.
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