Pasó la noche de derrota en derrota y al final del calvario, casi al alba, soñó en el olvido. Se despertó en un lugar medio camino entre la sonrisa y el suspiro, allí donde el labio se retuerce en busca del labio, y sufrió de nuevo la desesperanza de un tiempo quebrantado por el amor y habitado por criaturas parcas con sed de aguachirle. Volvió a soñar y, por fin, hizo suyo la quietud de un olvido que, contemplativo, arrulló su memoria.
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