La carcoma hacía su trabajo, y aunque el sabor de la bilis no variaba de un día para otro, lo cierto es que todo, carcomas y bilis, llegaban a resultar cansinas. No es de extrañar que, así las cosas, entre espasmo y espasmo, mascullase para sus adentros fórmulas para soltar lastre y agilizar los trámites de una existencia que, además de amóvil, se le antojaba fosilizada y hueca.
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