Puntiagudo y mortal, el filo de la palabra
esperaba oculto y en silencio la llegada del incauto que se
hiciera la pregunta. Lo cierto es que penas si
tuvo que esperar. El aire trajo olores ya conocidos a almohada fresca y
espagueti carbonara, y ciego de ira, el signo salió de la guarida para degollar la garganta de un animal que,
más duende que fiera, se estaba interrogando sobre el pavoroso
misterio de la luz sin vela.
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