Los ceros acumulados a la diestra de cada ausencia apenas si significaban algo en aquél algoritmo loco repleto de restas y de pura soledad. Aquél día, la voracidad del vacío fue de tal envergadura que se desayunó bien de mañana hasta los restos del último bostezo. Y fue así, sin ganas de nada, como dejó la casa y se fue en busca de un todo, su todo, que en aquél momento le pareció sublime.
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