A
mitad de camino entre la uva y la oliva, de su cabeza salían los estertores y
los sollozos propios de quien se ve arrastrado al llanto. El látigo de los
recuerdos azuzaba el loco cabalgar de la memoria mientras observaba lo penoso y
lo angosto de unas pupilas, las suyas, que antaño fueron estrellas.
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