Alucinado como estaba, creyó pertinente buscar bocas amadas donde sólo había
rocas y abismos. Para ello se ató a la cuerda de una sonrisa y bajó, descalzo de razones, a lo que más tarde bautizó como la sima del hambre. Mucho tiempo después, en aquél lugar, sólo encontraron pegadas a
las piedras las desgarradas alas de un animal, mitad alquimista y mitad
soñador.
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