Maduramos, nos vamos librando de unas tonterías al tiempo que ingerimos
otras, crecemos en edad –no siempre en juicio-, en algún momento alguna célula
de nuestro cerebro recibirá un exceso de estímulos, o no recibirá ninguno, y el
día menos pensado dejaremos de ser. Lo de la saliva seca y la sensación de
desamparo, como lo de intentar conjurar esa misma sequedad y ese mismo
desamparo con un vaso de agua en la mesilla de noche, puede ocurrir o no. En
todo caso, el hecho de que podamos imaginarnos un muerto más entre los muertos,
habla mucho a nuestro favor.
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