Los
remolinos de Somontano y la resaca de lenguas ensortijadas con retrogusto de
sabor a óxido de zinc, eran reflejo fiel de la fiesta de lunes que brillaba en
sus ojos. Luego vino el vértigo del oráculo promiscuo despeñándose silencioso
por su cuello, y una suerte de desmayo nimio que dejaba tras de sí un
inconfundible vaho a roble americano. La subió a la mesa de la cocina y, como
quien amasa la esencia misma del mundo, así bregaba él con los senos de aquella
mujer, su mujer, mientras la fiesta de lunes continuaba en sus ojos.
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