martes, 12 de enero de 2016

JACINTA


Vagabundeaba por los callejones como una cenicienta perdida y algo atormentada, y no se sabe muy bien si por su aspecto, por su forma de andar, o vaya usted a saber por qué, el caso es que su mera presencia excitaba hasta extremos considerables los sistemas sensoriales de cualquier bicho viviente con el que se cruzaba. Se llamaba Jacinta, y el chubasco que diariamente se abatía sobre sus ojos no le impedía recordar puestas de sol insoportablemente hermosas.

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