sábado, 2 de enero de 2016

EL SALUDO DEL ÁNGEL


Lo único que faltaba para que ese rincón del parque adquiriera tintes absolutamente sublimes era algo parecido a un ángel caído, y aquel señor sin duda lo era. Paralizado y algo viejo, como si de un residuo geológico se tratara, el tal señor, al que no le pongo nombre porque nadie le conoció bajo nombre alguno, leía con atención el suplemento dominical de un diario de tarde, un ejemplar publicado en el año del señor de mil novecientos setenta y tres. Sepultado como estoy bajo montañas de datos, apenas si lograba captar el hecho de que la vida, considerada en tanto que cadena de posibilidades, me estaba brindando una oportunidad única, trascendente. Me senté a su lado, puse la vista sobre el estanque de los patos, y me dispuse a esperar el saludo del ángel.

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