En
cada región deshabitada de su corazón abrieron las cabras sus senderos. Guiadas
por el instinto, empujadas por la necesidad, buscaban en medio de aquel
secarral el despilfarro sobrante de los menos que transmuta en festín cuando se
coloca en la boca de los más, la sustancia fugitiva que mueve al hombre en su
deriva, el sabor de la primera palabra y, si está de dios y hay suerte, el
gozoso misterio del alma que, amando y sabiéndose amada, respira henchida y
feliz.
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