miércoles, 24 de febrero de 2010

BIENVENIDA

Al andar, su cabeza sonaba como metal oxidado. El rasgueo nauseabundo que se producía en su testa desde el instante mismo que iniciaba su lenta caminata por el pasillo era su manera de dar la bienvenida a la muerte. Puede sonar un poco exagerado pero es así. No se olviden que ella era poeta y ya saben que los poetas traducen de corazón a corazón pudiendo llegar a saber con certeza el sentido pleno de las cosas y hasta poner nombre exacto a cada una ellas. Si ella decía que el sonido chatarroso de su encéfalo cuando roza con los huesos del cráneo era su manera de dar la bienvenida la muerte, no había por qué dudar de ello. Pero como se quiera que la muerte no vino esa tarde, no tuvo más remedio que entretenerse en el mientras tanto, y en el mientras tanto no se le ocurrió otra cosa que recitar uno tras otro el nombre de todos los muertos. De los conocidos y de los no conocidos. Ya se lo dije: son muchas las cosas que admiro en ella, pero ésta forma de esperar la muerte no me parecía oportuna. Claro que la cosa también tiene su mérito: no es fácil saber el nombre de todos los muertos, y de saberlos, tengo para mí que son nombres que no deberían ser dichos en vano, como mera fórmula de entretenimiento, y pienso además que de poder ser dichos deberían ser olvidadas conforme se dicen, todo ello en la medida de lo posible.

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