lunes, 1 de febrero de 2010

DAGUERROTIPO

Tuvo una idea, una única idea, una idea fija que le duró toda la vida, e invadido por la lujuria propia del que se sabe poseedor de una idea, de una única idea, hizo temblar su corazón al mismo tiempo que el tiempo le traspasaba arrancando de sus carnes pequeños bocados de silencios más o menos ilustrados. El apetito irresistible del que hacía gala convirtió a este hombre, buen amante de los perros, en una especie de guardián de la aurora dispuesto siempre que hiciera falta a solicitar la ayuda de los demonios locales para revolucionar el monstruoso manicomio en el que se había convertido su ciudad. Fragmentado por fronteras espacio temporales fuera de su control, el territorio fértil en el que quiso convertir su vida transcurría en una sucesión continua de distinguidas sonrisas que ocultaban cuchillos. No sabía andar, y además se desconcentraba cuando andaba. Por supuesto, andaba solo. También hablaba solo, y superponía los días como superponía unos encima de otros los calcetines sobre sus pies, de forma tal que llegó el momento en que los días ya no cabían en su calendario y sus abultados pies no tenían cabida en zapato alguno. Su vida quedó circunscrita a una especie de documental onírico repleto de antojos, de culpas y castigos concatenados sin apenas resquicio para la sosiego y la redención. Al galope de caballos azules, disfrutaba imaginando la irreproductibilidad de sus actos. Recogida en una cámara oscura, y como expresión de su último deseo, su imagen torturada terminó finalmente siendo fijada en una vieja chapa de metal.

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