El hilo de la última baba aún colgaba de sus labios cuando llegó del cielo un frío capaz de ahogar los espasmos. En ese momento pensó: dejemos a las sombras en su estado de confusión natural; sin tiempo que las macere, las sombras no son nada y nada importan. Ahora conozco la fuente del error, ya que la tenue neblina del llanto no pudo ocultar el canto lúcido de las cigarras: aquel que ame en el umbral de un sueño, cantaban, tendrá miedo a soñar. La luz se hizo escueta. Llegó el tiempo de las bocas y los abrazos, y los dedos volaban en busca mi pelo. Palabras de adiós. Como pude desdibujarme no lo sé, pero terminé desdibujándome. Y una vez desdibujado, me refugie en sus huesos. Incluso yo, que no soy sino conciencia de miedo hecho carne a base de costumbres irreales, incluso yo, digo, sé que querer menos no es solución. Querer distinto, tal vez.
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