domingo, 7 de febrero de 2010

BOCATA DE SADINAS A LA ORILLITA DEL MAR

Caían mis dedos en vertical sobre las indefensas sardinas que, faltas de cabeza y de apetencia, no se movían ni un ápice del lugar que tenían asignado en la lata y que, a juzgar por la fecha de caducidad, llevaban ocupando desde tiempos inmemoriales. Inmersas en líquido de color indefinible que atendía al nombre genérico de aceite vegetal, su linaje padecía el maleficio sordo y calmo del oxígeno enlatado, consecuencia de una prosapia de enlutada lentitud y causa sin duda de su vertiginoso declive. Eso sobre las sardinas. Sobre el propietario de la lata diré que, como reventones de olas contra la roca de un espigón, sucesivas oleadas de vergüenza e impudicia asaltaron su rostro, pero al verse azotado por la luz destripó el pan con innecesaria violencia recolocando los exhumados cadáveres sobre el blanco lecho. A propósito del contexto paisajístico diré que, susurrantes y desechas, las olas se abrazaban a las piedras al tiempo que las ordenadas los ordenadas hileras de dientes realizaban cada cual su trabajo con asombrosa eficiencia.

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