miércoles, 3 de febrero de 2010

PURA CASUALIDAD

Uno puede estar más o menos muerto en función del día. Quiero decir que uno puede estar más o menos muerto en función de las más o menos ganas que tenga ese día de estar muerto, o incluso de lo atareado por pueda llegar a estar ya que a veces uno no tiene tiempo ni para morirse. Pues bien, la verdad es que el día de autos el protagonista de esta historia no tenía ninguna gana de estar muerto. De hecho la muerte se topó con él por pura casualidad. Cada uno iba a su bola, la muerte trajinando sus cosas y él caminando ensimismado en las suyas, cuando al salir de una esquina chocaron de bruces. Así fue la cosa. Al principio la muerte no supo muy bien qué hacer ya que, aún reconociendo el carácter netamente fortuito del encontronazo, lo cierto es que pensó que las cosas pasan por algo y que a lo mejor el tipo necesitaba morir, o merecía morir, o incluso le había llegado su hora y por algún problema administrativo no le habían pasado el encargo. El señor en cuestión resultó ser un tipo tímido, tan tímido como aquél que, para que no supieran que lloraba, solía ponerse a llorar debajo del agua. Pero tímido y todo, al tipo aquél se le veía que tenía clase, el tipo de clase que tiene aquellos que no deben nada a nadie, y mucho menos a la parca. Mientras se alejaba del lugar, el tipo del encontronazo pensaba que en el fondo uno nunca puede decir que sabe algo de la muerte, como tampoco podría decirse en rigor que sabe algo de su padre. Es más fácil saber algo de las causas que propiciaron la muerte de su padre, todo junto, que de la muerte y de su padre por separado. La muerte por su parte se fue pensando que volvería más tarde a por él escondida tras la dulzura de un sueño.

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