Al día siguiente de morir comenzó a advertir toda clase de señales que tenían que ver con la pérdida y con la sensación de fracaso. Con todo, lo peor era el recuerdo de ese instante espantoso que le acompañaría todo lo que le queda de muerte, y esa sucesión de silencios y pausas de silencios transmutadas en silencios más profundos que tenían toda la pinta de no tener fin.
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