Tuvieron que trasegar por sus entrañas quitando aquí y cosiendo allá, de forma tal que, con gran congojo, llegó a pensar que de esta no salía. Y no fue así. Salió. Y salió entererito, aunque algo molido, quebrantado y pesaroso. Casi hasta podría decirse que salió católico de salud, si no fuera porque el amor, ese gran despertador de la colambre por la vida, llamó a su puerta y terminó de rematarlo.
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