Amaneció una llaga sobre su pecho y los ojos se le inundaron de nieblas. Ese fue su despertar. Sin cielo ni suelo, sin luz y sin apenas recuerdos, la costra de la desgana se apoderó de él y le costó dios y ayuda arrastrarse por el pasillo hasta la cafetera, y otro tanto hacerla gargajear. Después del café la pesadilla continúo su curso: unos cuervos le corrían a pedradas.
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