Atragantándose de tiempo y lumbre añeja, corría tras unos olores que se parapetaban detrás de tenues silencios. Estos silencios, a su vez, se escondían acurrucados y medio muertos de miedo tras un mar de regresos que no acaban de llegar. Afuera, todo quedaba lejos. Él seguía corriendo e intacto, lo que se dice intacto, sólo encontró el sabor de unos labios que habitaban la verticalidad misma de la miel mientras era devorada.
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