Del cielo le cayó un pedazo de pan y una sonrisa, por ese orden, de ahí que pudiera decirse que fue un hombre con suerte. Antes de que su cuerpo quedara batido con la tierra, y sin otra obligación que la de agradecer al mismo cielo los dones recibidos, decidió andar los caminos tejiendo guirnaldas de verde laurel y rojo amaranto. Un buen día se quedó legañoso o, por ser más claros, digamos que se quedó sin vista, y lo cierto es que ni pudo ni quiso contener los torrentes de melancolía que le supuraban del corazón.
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