Mientras la lluvia se adueñaba de sus pupilas, la luna se limitó a mirarle dejando intacto el origen de sus miedos. El bar cerró, el chino también, y las cicatrices que durante años estuvieron bien amarradas a oscuros asideros de su pecho y el bajo vientre, aprovecharon el bajón para desasirse y comportarse como si de locos muelles se tratara. Sólo la profundidad del tiempo, mecido en cuna de haya y embutido en pañales de alta velocidad, servía de alivio a la salada humedad de su desdicha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario