De una manera que resultó definitiva, el tuétano de sus huesos respondió con ecos silenciosos a los estímulos que recibía del exterior. Su alma reflejaba así, a modo de resonancias huecas, la cáscara vacía en la que se había convertido. Transformado en un hermoso cadáver, ya no se conmovía como antes; de hecho, ni tan siquiera percibió el calor sobre su pecho de la mano que le auscultaba.
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