Con su voz de liquen inconsciente, gorgoteaba allí donde quisieran oírle una retahíla de sonidos metálicos que funcionaban a modo de angustias. Y así un día tras otro. Su microcosmos llegó a convertirse en un contínuum de yoes duplicados por error y de instantes grises que no daba más de sí. Las obesas llagas de la evidencia no hacían mella en él.
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