Dicen que se pasó la vida enamorada de un parado magrebí. O acaso eran dos los hombres, un parado y un magrebí. Nadie estaba muy seguro del todo, y ella no estaba ya para este tipo de zarandajas y averiguaciones. Se la veía sentada en una alfombrilla de arpillera sobre el sucio cemento y, con un gesto líquido, fingía su propia vida como otros simulan su propio suicidio.
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