Al principio fue el vacío. Concretamente, una habitación vacía. Pero luego, cuando la luz hizo su aparición, todo el que quiso y tenía ojos pudo comprobar la existencia de un cofre que, oculto en un lugar especialmente lóbrego y oscuro de aquella estancia, tenía por misión poner a buen recaudo el tesoro de un ladrón. Su caso era especial. Se apropió del cielo arrebatándoselo a los dioses a través de métodos inconfesables. El más conocido de todos, por su eficacia creadora, fue proclamarse a sí mismo dios.
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