Vivía
en una especie de calma chicha, como la que se produce en los trópicos con la
ausencia de viento, de forma que resultaba extremadamente difícil decir qué le
ocurría, si es que algo le ocurría susceptible de ser dicho. Así las cosas, se
alimentaba de las imágenes de un pasado igual de vacío que el presente, aunque
más borroso e irrecuperable, y terminó invirtiendo el sentido del deber social.
Su autismo, con el tiempo, fue considerado estigma de santidad.
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